Dos personas observan ‘Adoración de los Reyes Magos’ de Luca Giordano. (EFE)
Al sur del sur
Rutas Orientales
¿Qué sintieron en su interior los Reyes Magos que les hizo levantarse y empezar un largo camino en pos de una estrella, que solo era una idea, un símbolo, un sueño, una revelación?
Los Reyes Magos pertenecen a esa estirpe de personajes que se repiten en la Historia, entre la niebla del tiempo y la inseguridad de su existencia, pero siempre rodeados de un aura de misterio, que nace del contraste entre la documentación sagrada e histórica y la magia de los sueños, que los niños españoles sentíamos y sienten una noche de enero en la que todo puede hacerse realidad. El sueño que se repite año tras año hasta que algún compañero desalmado de colegio te cuenta una mentira, diciéndote que los Reyes son los padres. Es una mentira atroz, que constituye la primera decepción en la vida, porque los Reyes serán siempre los Magos.
Cuando Joel Soler, al que acababa de conocer, me habló de la existencia de su colección y de su deseo de hacer una exposición sobre el tema en Málaga, mi primer impulso fue decirle que no terminaba de ver el tema, que no era algo que me atrajera especialmente, intenté buscar alguna razón para no entrar en algo que me parecía muy complicado. No sabía hasta qué punto iba a serlo.
Pero empecé a darle vueltas en la cabeza a un asunto en el que nunca me había parado a pensar. La imagen que todos tenemos acerca de estos personajes ha sido siempre la de tres figuras sobre camellos, que se recortan en un cielo en el que luce un cometa y hay una palmera en el horizonte. Lo que siempre hemos visto en las felicitaciones de Navidad de nuestra niñez. Pronto empecé a darme cuenta de que las cosas eran mucho más complicadas de lo que parecían. Me hundí en el vértigo de lo desconocido. La estrella de la narración de leyenda existió, según han comprobado los astrónomos actuales, en forma de algún cometa de muy largo recorrido. Había sido una realidad. Descubrí gracias a la exhaustiva documentación que la Fundación Magos puso en mis manos, cosas que nunca había pensado, ni mucho menos oído, o leído.
Uno de ellos había partido de Axum en Etiopía y allí parecía existir algo parecido a su tumba, aunque en Colonia aseguren que la sepultura de los tres está allí, en su deslumbrante catedral. Otro había partido del sur de la India, en esa zona cercana a Ceylán, que encierra toda la magia del Oriente de elefantes, quiscos de malaquita y mantos de tisú. El tercero había salido de una zona indeterminada en el mítico Atropatene, hoy incrustado entre Irán y Azerbaiyán, cercana a Armenia, donde se encuentra el monte Ararat sobre cuya cumbre descansa petrificada el Arca de Noé.
Distancias abismales separaban estos tres puntos. Los medios de transporte de la época no eran otros que las grandes caravanas que atravesaban desiertos infinitos, altas montañas, caudalosos ríos. Y siempre bajo el peligro de guerras, ejércitos, bandidos y toda clase de fieras. ¿Cuándo salieron de sus hogares estos poderosos personajes? ¿Qué les movió a hacerlo? ¿Solo una estrella en el cielo, o la revelación de que algo singular estaba a punto de ocurrir, que iba a marcar la Historia de la Humanidad para siempre, hasta el punto de que el tiempo se contaría en el futuro a partir de ese momento?
Una vez, durante el transcurso de unas jornadas de poesía para jóvenes, estando en vísperas de Navidad, deseé muchas felicidades a los chicos y se me ocurrió preguntarles si sabían por qué el año siguiente era la cifra que era, creyendo que todos lo sabrían. Ante mi estupor, nadie sabía por qué el tiempo se contaba de la forma que se hace. A estos niveles de ignorancia han conducido las sucesivas leyes de “educación” a las generaciones actuales. Tuve que explicarles que el tiempo se cuenta a partir del momento que estamos intentando contar en la exposición Tesoros de los Magos.
Les gustó tanto la historia, que me pidieron que les contara la realidad de aquel acontecimiento. Esto fue lo que a tres señores poderosos, fueran o no reyes, o magos, les movió a emprender un largo y azaroso camino plagado de peligros e incógnitas. El hombre siempre persigue la explicación de cualquier incógnita, sea la que sea. La eterna pregunta del porqué.
¿Por qué unos personajes poderosos, fueran o no reyes, abandonan una vida dedicada al estudio de antiquísimos documentos, a la magia, a la curación de males, a la observación del cielo, posiblemente a la astronomía, a “hacer cosas”, el mago, el que hace? ¿Qué sintieron en su interior que les hizo levantarse y empezar un largo camino en pos de una estrella, que solo era una idea, un símbolo, un sueño, una revelación? ¿Cuántos años antes del suceso salieron de sus residencias? ¿Qué importancia podía tener el nacimiento de un niño pobre en un mísero lugar de una abandonada y remota provincia del Imperio Romano, que ni siquiera formaba parte de sus vidas, puesto que ellos vivían en mundos diferentes a Roma, en otros imperios de los que los romanos solo tenían la escasa información que los griegos habían proporcionado fruto de la larga conquista llevada a cabo por Alejandro siglos antes?
Todo esto me hizo reconsiderar el tema y empecé a leer, a investigar, a estudiar la documentación que Joel me proporcionó, fruto de su obsesión por estos personajes desde que una vez estuvo rodando un documental en Etiopia. La atracción por lo mistérico, lo desconocido, lo ignorado, lo envuelto en leyenda siempre presente en nuestras mentes hizo el resto. Mis largos años de acumulación de sueños brotó como un torrente.
La remota y mítica ruta de la seda desde China a Europa, que se cruza con la vía del incienso de sur a norte de Arabia, que enlazaba con los nabateos de Petra, después de cruzar la desconocida Alula, Oriente en su miseria y esplendor, la religión copta, los colores y olores de la India, el misterio del mazdeísmo, los adoradores del sol, Zoroastro, el Zaratustra del terrible Nietzsche y la grandiosidad de Richard Strauss, las sedas, la púrpura, la inmensidad de la bóveda celeste del desierto que me había aplastado literalmente en Túnez junto al teatro romano de El Djem. Todo ello en suma, me atrapó y acepté el reto de comisariar una exposición difícil, arriesgada, y de la que pensaba que sería complicado todo el proceso desde su comienzo hasta el final.
La exposición se celebra en el escasamente conocido y muy poco utilizado espacio de San Julián, construido en el XVI después de la entrada de los Reyes Católicos en Málaga, el antiguo hospital de la caridad, hoy sede de la Agrupación de Cofradías, tan similar, hasta en la cruz nudosa que corona la fuente del patio, al de Sevilla de la historia de Don Miguel de Mañara. La diferencia consiste en que el de Málaga carece de obras de Murillo, Valdés Leal y Pedro Roldán, que no es poco, que no está en ninguna ruta turística y en varias circunstancias más, que no vienen al caso aquí y ahora. Es posible que esta exposición sirva para recuperar una joya de edificio, que hasta ahora sesteaba en el Muro de San Julián, la calle peatonal que corre junto a la antigua muralla árabe, lugar en aquel tiempo de lupanares y mancebías.
Teniendo en cuenta las circunstancias mundiales de estos tiempos, las fechas en que se celebra la exposición y la triste e ignorante desacralización de la Europa cristiana, la Fundación Magos ha querido dar a la muestra un aire de trascendencia sin discriminación de religiones, una llamada a la reflexión, a la tolerancia, a la convivencia de todos, a la vez que un efecto legendario y misterioso y al mismo tiempo crear el ambiente que la infancia, los niños, tanto sanos como enfermos buscan y a veces no encuentran hoy en día.
Música oriental y aroma de incienso y mirra se esparcen entre oleos, grabados, tapices, objetos de culto, esculturas, símbolos explicativos del presunto origen ario de los símbolos nazis, vidrieras, decenas de objetos, propiedad todos ellos de la Fundación Magos, hasta llegar a la última sala en la que en un ambiente de penumbra solo iluminado por un foco superior, aparecen los tres reyes hechos en bronce, obra impresionante del semi olvidado maestro Berrocal, nacido pobre en estas tierras, que llegó a ser un genio de la escultura desmontable en piezas sin la existencia de ordenadores, que vivía en Verona, en una corte como un príncipe del Renacimiento y cuya obra algunos estamos empeñados en trasladar a Málaga.
Un compendio de todo esto reflejado gracias a la colección que Joel Soler ha reunido durante nueve años, desde que un día encontró en Etiopia la tumba de un hombre, posible descendiente de Salomón y la reina de Saba, incluso posible origen de la décima tercera tribu de Israel, la tribu perdida. Un festival que todavía se celebra en el sur de la India en conmemoración del posible bautizo de los Magos por Parte de Santo Tomás el incrédulo. Y el mundo del Imperio Persa de fastos y adoradores del sol. Etiopia, India y Persia, tres lugares que son el origen y la causa de lo que hoy intentamos explicar aquí en Málaga, como cruce de caminos y puede que la ciudad más antigua del Mediterráneo Occidental.